domingo, 16 de junio de 2013

Biografía

Quien estaba llamado a forjar el más vasto imperio que ha conocido la humanidad nació en las desoladas estepas de Mongolia, allí donde el frío y el viento hacen a los hombres duros como el diamante, insensibles como las piedras y tenaces como la hierba áspera que crece bajo la nieve helada. El pueblo mongol era uno de los pueblos nómadas más pequeños que vagaban con sus rebaños por los confines del desierto de Gobi, en busca de pastos. Cada uno tenía su propio kan o príncipe, encargado de cuidar que en su territorio reinase un cierto orden.

Los kiutes, tribus del suroeste del lago Baikal, habían elegido como jefe a Yesugei, quien había conseguido reunir bajo su mando unas cuarenta mil tiendas. Al volver de una batalla contra los tártaros, el guerrero se encontró con que su favorita, Oelon-Eke (Madre Nube), le había dado un heredero, al que llamaron Temujin. El niño tenía en la muñeca una mancha encarnada, por lo que el chamán pronosticó que sería un famoso guerrero. Años después, en efecto, Temujin se convertiría en Gengis Kan, el célebre conquistador mongol. Su nacimiento figura en los anales chinos en el año 1162, Año del Caballo.

Tenía nueve años cuando su padre, según la costumbre mongólica, lo llevó consigo en una larga marcha para buscarle esposa. Atravesaron las vastas estepas y el desierto de Gobi, y llegaron a la región donde vivían los chungiratos, lindando con la muralla china. Allí encontraron a Burte, una niña de su edad que, según la tradición, sería «la esposa madre que le fue entregada por su noble padre».

El destino de Temujin sufrió un grave revés cuando Yesugei, su padre, murió envenenado por los tártaros. Tenía entonces trece años y tuvo que asistir a la ruina de los suyos, ya que las tribus que se habían reunido alrededor de su padre comenzaron a desertar, pues no querían prestar obediencia a una mujer ni a un muchacho. Pronto Oelon-Eke se vio sola con sus hijos. Tenían que reunir ellos mismos el mermado rebaño que les quedaba, y comer pescado y raíces en lugar de la dieta habitual de carnero y leche de yegua. Fue una época de verdadera penuria en la que un tejón constituía una pieza de enorme valor, por la que los hermanos podían enfrentarse a muerte entre sí.

La situación se agravó aún más cuando la familia se vio atacada por el jefe de la tribu de los taieschutos, Tartugai, quien le condujo a su campamento amordazado por un pesado yugo de madera al cuello y vendado por las muñecas para ser vendido como esclavo. Temujin pudo liberarse una noche: derribó a su guardián y le aplastó el cráneo con el yugo, y se escondió en el cauce seco de un arroyo del que no salió hasta el amanecer. Después de convencer a un cazador errante para que le liberase del yugo y le ocultase por un tiempo prudente, Temujin pudo regresar a su campamento. Esta hazaña le dio gran fama entre los demás clanes, y de todas partes comenzaron a llegar jóvenes mongoles para unirse a él.

La vida de Gengis Kan es una serie ininterrumpida de batallas victoriosas: la primera la libró contra los merkitas, en castigo por haber raptado a Burte, su mujer, y el éxito se lo debió a la ayuda que le brindó la tribu de los keraitos, un pueblo turcomongol que contaba con muchos cristianos nestorianos y musulmanes. El jefe de los keraitos, Toghrul, puso a su disposición una tropa numerosa para atacar a los merkitas, y cuenta la «saga mongola» que, como resultado de la expedición punitoria, trescientos hombres fueron pasados a cuchillo y las mujeres fueron convertidas en esclavas.

Después de vencer a los merkitas, el futuro Gengis Kan ya no se encontró solo: tribus enteras se unieron a él. Su campamento crecía día a día y a su alrededor se forjaban ambiciosos planes, como el de hacer la guerra a Tartugai. En 1188 logró reunir un ejército de 13.000 hombres para enfrentarse a los 30.000 guerreros de Tartugai, y los derrotó cómodamente, señalando así el que sería su destino: luchar siempre contra enemigos muy superiores en número y vencerlos. De resultas de esta victoria volvió a establecerse nuevamente en los territorios de su familia, cerca del río Onón, y todas las tribus que a la muerte de su padre le habían abandonado volvieron a reunirse a su alrededor, reconociéndolo como único jefe legítimo.

Rey de los mongoles

Corría el año 1196, y entre los mongoles corrió la voz de que había llegado el momento de elegir un nuevo rey de los mongoles entre los jefes de los campamentos. Cuando el chamán declaró que el Eterno Cielo Azul había destinado a Temujin para tal cargo nadie se opuso, y la elección del nuevo kan, que entonces contaba con veintiocho años de edad, fue celebrada con gran esplendor. Temujin se preocupó ante todo de fortalecer su propia tribu, de constituir un verdadero ejército y también de estar informado de cuanto acaecía en sus tribus vasallas.

Bajo su mandato logró unificar a todas las tribus mongoles para ir a la guerra contra los pueblos nómadas del sur, los tártaros, y les infligió una severa derrota en 1202. En recompensa el emperador chino, enemigo acérrimo de los tártaros, le concedió el título de Tschaochuri, plenipotenciario entre los rebeldes de la frontera. Su alianza con el kan de los keraitos, por otra parte, le daba cada vez mayor poder. Los pueblos que no se le sometían eran derrotados en el campo de batalla y empujados hacia la selva o los desiertos, y sus propiedades repartidas a manos de los vencedores. Así la fama de los mongoles eclipsó la de todas las demás tribus, expandiéndose hasta los confines de las estepas.

Pero la ambición de su jefe llegaba más lejos: en 1203 se volvió contra sus antiguos aliados, los keraitos: atacó a Toghrul por sorpresa con el apoyo de las tribus del este y aniquiló al ejército que tantas veces le había ayudado. Al año siguiente dirigió la lucha contra los naimanos, turcos de Mongolia occidental que vivían en las montañas de Altai. Esta vez el jefe mongol dio muestras de una magnanimidad poco habitual en él, esforzándose por favorecer el cruce de ambos pueblos y conseguir que el suyo asimilara la cultura superior de los vencidos. Pero no era ésta su acostumbrada norma de conducta, ya que el jefe mongol reunía todas las características del guerrero despiadado y cruel, afecto a las ejecuciones colectivas y a la destrucción sistemática de los territorios conquistados. Con los suyos, Temujin era también inexorable y despiadado como la estepa y su terrible clima. Invariablemente mataba a cuantos pretendían compartir con él el poder o simplemente le desobedecían.

Tal fue el caso de Yamuga, su primo y compañero de juegos en la infancia, con quien había compartido el lecho en los días de adversidad y repartido fraternalmente los escasos alimentos de que disponían. Disconforme con su papel de subordinado, Yamuga le plantó cara y, tras diversas escaramuzas, se refugió en las montañas seguido únicamente por cinco hombres. Un día, cansados de huir, sus compañeros se arrojaron sobre él, le ataron sólidamente a su caballo y le entregaron a Temujin. Cuando los dos primos se encontraron, Yamuga reprochó a Temujin que tratara con aquellos cinco felones que habían osado alzar la mano contra su señor. Reconociendo la justicia de tales críticas, Temujin ordenó detener a los traidores y decapitarlos. Seguidamente, sin inmutarse, dio orden de que estrangularan a su querido primo.

Emperador universal

En el 1206, Año de la Pantera, cuando ya todas las tribus de la Alta Mongolia estaban bajo su dominio, Temujin se hizo nombrar Gran Kan, o emperador de emperadores, con el hombre de Gengis. En el curso de una importante asamblea de jefes, Temujin expuso su idea de que el interés general exigía nombrar un kan supremo, capaz de reunir toda la fuerza nómada y lanzarla a la conquista de ciudades fabulosas, de llanuras salpicadas de prósperas casas de labranza y de puertos riquísimos donde atracaban los navíos extranjeros. Ante la enumeración de estas posibilidades, los mongoles se estremecieron de codicia. ¿Quién podía ser ese caudillo de caudillos? El nombre de Temujin, que ya había sido aclamado jefe de una importante confederación de tribus y era a la vez respetado y temido, voló de boca en boca. Oponerse a su idea podía ser peligroso, y apoyarla no era sino consagrar un estado de cosas y quizás conseguir grandes botines.

A su lado, en la ceremonia de coronación, estaban su esposa Burte y los cuatro hijos varones que habla tenido con ella: Yuci, Yagatay, Ogodei y Tuli. Eran los únicos de sus descendientes que podían heredar el titulo de Gran Kan, privilegio que no alcanzaba a los que había tenido con sus otras esposas (entre ellas, algunas princesas chinas y persas), ni tampoco a los de su favorita, Chalan, la princesa merkita que solía acompañarlo en sus campañas guerreras. Tras su coronación, se rodeó de una insobornable guardia personal y comenzó a enseñar a sus antiguos camaradas lo que él entendía por disciplina.

La proclamación de Gengis Kan 

Gengis Kan dedicó sus esfuerzos a poner orden en las estepas, imponiendo una severa jerarquía en el mosaico de tribus y territorios que se hallaban bajo su dominio. Reinó de acuerdo a las leyes fijas del severo código mongol conocido con el hombre de Yasa, que sirvió de base para las instituciones civiles y militares, y organizó su reino de modo que sirviese exclusivamente para la guerra. Inculcó a sus súbditos la idea de nación y les puso a trabajar en la producción de alimentos y material bélico para su ejército, reduciendo sus necesidades al mínimo exigido por la vida diaria con objeto de que todos los esfuerzos y las riquezas sirviesen para sostener a los combatientes.

Con ellas pudo crear un verdadero estado en armas, en el que cada hombre, tanto en tiempos de paz como de guerra, estaba movilizado desde los quince hasta los setenta años. También las mujeres entraban en la organización con su trabajo, y para ello les concedió derechos desconocidos en otros países orientales, como el de propiedad. El fin de dicho andamiaje social y político estaba destinado a lograr el eterno objetivo de los nómadas: apoderarse del imperio chino, detrás de la Gran Muralla. Antes de cumplir cuarenta y cuatro años, Gengis Kan tenía ya dispuesta su formidable máquina guerrera. No obstante, si en aquella época una flecha enemiga hubiera penetrado por una de las juntas de su armadura, la historia no habría recogido ni siquiera su nombre, pues las mayores proezas de su vida iban a tener lugar a partir de aquel momento.

A los pies de la Gran Muralla 

En el año 1211 Gengis Kan reunió todas sus fuerzas. Convocó a los guerreros que vivían desde el Altai hasta la montaña Chinggan para que se presentaran en su campamento a orillas del río Kerulo. Al este de su imperio estaba China, con su antiquísima civilización. Al oeste, el Islam, o el conjunto de naciones que habían surgido tras la estela de Mahoma. Más a occidente se extendía Rusia, que era entonces un conglomerado de pequeños estados, y la Europa central. Gengis Kan decidió atacar primero China. En 1211 atravesó el desierto de Gobi y cruzó la Gran Muralla. La mayor conquista de los mongoles, la que los transformaría en un poder mundial, estaba al caer. Aprovechando que el país se hallaba en guerra civil, se dirigieron contra la China del norte, gobernada por la dinastía de los Kin, en una serie de campañas que terminaron en 1215 con la toma de Pekín.

Gengis Kan dejó en manos de su general Muqali la dominación sistemática de este territorio, y al año siguiente regresó a Mongolia para sofocar algunas rebeliones de tribus mongoles disidentes que se hablan refugiado en los confines occidentales, junto a algunas tribus turcas. Desde allí inició la conquista del gran imperio musulmán del Karhezm, gobernado por el sultán Mohamed, que se extendía desde el mar Caspio hasta la región de Bajará, y desde los Urales hasta la meseta persa. En 1220 el sultán moría destronado a manos de los mongoles, que invadieron entonces Azerbaidyán y penetraron en la Rusia meridional, atravesaron el río Dniéper, bordearon el mar de Azov y llegaron hasta Bulgaria, al mando de Subitai. Cuando ya todo el continente europeo temblaba ante las hordas invasoras, éstas regresaron a Mongolia. Allí Gengis Kan preparaba el último y definitivo ataque contra China. Mientras tanto, otros ejércitos mongoles habían sometido Corea, arrasado el Jurasán y penetrado en los territorios de Afganistán, Gazni, Harat y Merv.

En poco más de diez años, el imperio había crecido hasta abarcar desde las orillas del Pacífico hasta el mismo corazón de Europa, incluyendo casi todo el mundo conocido y más de la mitad de los hombres que lo poblaban. Karakorum, la capital de Mongolia, era el centro del mundo oriental, y los mongoles amenazaban incluso con aniquilar las fuerzas del cristianismo. Gengis Kan no había perdido jamás una batalla, a pesar de enfrentarse a naciones que disponían de fuerzas muy superiores en número. Es probable que jamás lograra poner a más de doscientos mil hombres en pie de guerra; sin embargo, con estas huestes relativamente pequeñas, pulverizó imperios de muchos millones de habitantes.

Un ejército invencible

¿Por qué su ejército era indestructible? La materia prima de Gengis Kan eran los jinetes y los caballos tártaros. Los primeros eran capaces de permanecer sobre sus cabalgaduras un día y una noche enteros, dormían sobre la nieve si era necesario y avanzaban con igual ímpetu tanto cuando comían como cuando no probaban bocado. Los corceles podían pasar hasta tres días sin beber y sabían encontrar alimento en los lugares más inverosímiles. Además, Gengis Kan proveyó a sus soldados de una coraza de cuero endurecido y barnizado y de dos arcos, uno para disparar desde el caballo y otro más pesado, que lanzaba flechas de acero, para combatir a corta distancia. Llevaban también una ración de cuajada seca, cuerdas de repuesto para los arcos y cera y aguja para las reparaciones de urgencia. Todo este equipo lo guardaban en una bolsa de cuero que les servía, hinchándola, para atravesar los ríos.

La táctica desplegada por Gengis Kan era siempre un modelo de precisión. Colocaba a sus tropas en cinco órdenes, con las unidades separadas por anchos espacios. Delante, las tropas de choque, formidablemente armadas con sables, lanzas y mazas. A retaguardia, los arqueros montados. Éstos avanzaban al galope por los espacios que quedaban entre las unidades más adelantadas, disparando una lluvia de flechas. Cuando llegaban cerca del enemigo desmontaban, empuñaban los arcos más pesados y soltaban una granizada de dardos con punta de acero. Luego era el turno de las tropas de asalto. Tras la legión romana y la falange macedónica, la caballería tártara se erigió en ejemplo señero del arte militar. Gengis Kan en el campo de batalla

Pero Gengis Kan supo también ganar más de una batalla sin enviar ni un solo soldado al frente, valiéndose exclusivamente de la propaganda. Los mercaderes de las caravanas formaban su quinta columna, pues por medio de ellos contrataba los servicios de agentes en los territorios que proyectaba invadir. Así llegaba a conocer al detalle la situación política del país enemigo, se enteraba de cuáles eran las facciones descontentas con los reyes y se las ingeniaba para provocar guerras intestinas. También se servía de la propaganda para sembrar el terror, recordando a sus enemigos los horrores que había desencadenado en las naciones que habían osado enfrentársele. Someterse o perecer, rezaban sus advertencias.

La práctica del terror era para él un eficaz procedimiento político. Si una ciudad le oponía resistencia, la arrasaba y daba muerte a todos sus habitantes. Al continuar la marcha sus huestes, dejaba a un puñado de sus soldados y a unos cuantos prisioneros ocultos entre las ruinas. Los soldados obligaban después a los cautivos a recorrer las calles voceando la retirada del enemigo. Y así, cuando los contados supervivientes de la degollina se aventuraban a salir de sus escondites, hallaban la muerte. Por último, para evitar que ninguno se fingiese muerto, se cortaban las cabezas. Hubo ciudades en que sucumbieron medio millón de personas.

Un imperio en herencia 

Tal fue la extraordinaria máquina militar con que Gengis Kan conquistó el mundo. En el invierno de 1227, las tropas mongoles, acompañadas por todos los hijos y nietos de Gengis Kan, emprendieron la marcha hacia el este, para invadir el reino tangut, en China. Cuando ya nada podía salvar a las poblaciones del fuego y de la espada, el viejo Kan se sintió próximo a su fin. Ninguna enfermedad se había manifestado en él, pero su instinto certero para la muerte le advirtió de que estaba cerca, y reunió a sus hijos para repartir los territorios de su vasto imperio: para el mayor, Yuci, fueron las estepas del Aral y del Caspio; a Yagatay le correspondió la región entre Samarcanda y Tufán; a Ogodei le fue otorgada la región situada al este del lago Baikal; para el hijo menor, Tuli, fueron los territorios primitivos, cerca del Onón.

Gengis Kan murió el 18 de agosto de 1227, antes de lograr la rendición china. Su última orden fue no divulgar la noticia de su muerte hasta que todas las guarniciones hubieran llegado a su destino y todos los príncipes se encontraran en sus campamentos. Durante cuarenta años había sido el centro del mundo asiático, al que había transformado con sus guerras y conquistas. Las tribus mongoles eran ahora un pueblo robusto y disciplinado, con generales y estrategas de talento educados en su escuela. Tras su fallecimiento, el enorme rodillo mongol siguió aplastando gentes y naciones. Sus sucesores dominaron toda Asia, penetraron aún más en Europa y derrotaron a húngaros, polacos y alemanes. Después, el imperio decayó hasta desaparecer. Los mongoles son hoy un ramillete insignificante de tribus nómadas, y Karakorum yace sepultada bajo las arenas movedizas del desierto de Gobi. Hasta el nombre de la ciudad se ha borrado de la memoria de las gentes.

Cronología

1167: Nace en las proximidades del río Onón, en Mongolia. Su padre, Yesugei, era el jefe de la tribu de los kiutes.  

1176: Contrae matrimonio con Burte, con la que tendría cuatro hijos. 

1180: Fallece su padre. Es hecho prisionero por los taieschutos, tribu liderada por Tartugai, pero logra escapar. 

1188: Logra reunir un ejército de 13.000 hombres con el que derrota a Tartugai. 

1196:  Es elegido rey de los mongoles. 

1202: Derrota a los tártaros. 

1203:  Rompe su alianza con los keraitos, a los que aniquila, y a vence los naimanos. 

1206:  Se hace nombrar Gran Kan o emperador universal en una asamblea de jefes mongoles. 

1211-15:  Concentra sus fuerzas en Karakorum e inicia la conquista de la China del norte, que se completa con la caída de Pekín (1215). 

1219:  Se hace con el imperio musulmán de Karhezm y arrasa Bujara y Samarcanda. 

1226:  Inicia una campaña contra el reino chino de Tangut. 

1227: Presintiendo su muerte, reparte el imperio entre sus cuatro hijos, y fallece en Ningxia (China) sin completar la conquista de China.

El imperio mongol

El pueblo mongol estaba situado en el noroeste de China, en torno al lago Baikal y al macizo del Altai. Divididos en tribus de pastores nómadas que trashumaban con sus carros y tiendas desmontables detrás de sus rebaños, mientras otros grupos se dedicaban a la caza en la taiga siberiana, los mongoles protagonizaban frecuentes enfrentamientos internos por el control de los territorios de caza y pastos y por el rapto de mujeres de otros clanes (para mantener la exogamia y la poligamia y evitar el pago de fuertes dotes al padre de la joven). El propio carácter belicoso de estos pueblos no favorecía su estabilidad. Su estructura social, fuertemente jerarquizada, reflejaba el predominio de rasgos militares: sobre el conjunto de la clase de los guerreros se elevaba una aristocracia que constituía la minoría dirigente y que se encargaba de la elección del jefe de la tribu. Ocasionalmente, se elegía un jefe supremo del pueblo mongol, es decir, un Gran Kan. Magníficos jinetes, hábiles arqueros, infatigables y crueles, los mongoles no habían tenido contactos con civilizaciones superiores y sus creencias apenas sobrepasaban el nivel del chamanismo: culto al cielo, a la tierra y a los genios que habitaban las aguas y el fuego, veneración por los antepasados, ofrendas de alimentos y, excepcionalmente, sacrificios cruentos de animales y personas. La gestación del imperio Este mundo disgregado y con rivalidades internas, rodeado por imperios hostiles (los kara-jitán al oeste, los uigures y tanguts de Si-Hía al sur, los jurchén al este), fue unificado y sometido a su autoridad por el jefe de uno de los clanes: Temujin, partiendo de su pequeño territorio y con una gran tenacidad, consiguió dominar entre 1198 y 1206 a las diferentes tribus existentes en Mongolia y hacerse proclamar soberano supremo del país por una asamblea general de jefes, que le otorgó el título de Gengis Kan. Asegurada su autoridad y conformados los rasgos de un incipiente estado, Gengis Kan lanzó a su pueblo a una política de expansión a costa de los estados sedentarios circundantes, política que no tenía como objetivo la consecución de botín, sino la conquista permanente de su territorio y la formación de un gran imperio mongol. Gengis Kan Las primeras campañas se dirigieron hacia el este contra el reino tangut de Si-Hía y el imperio chino septentrional de los jurchén; finalizadas éstas, Gengis Kan se lanzó contra el reino de los kara-jitán en el Turquestán Oriental. De este modo, había conseguido controlar todas las grandes estepas asiáticas y disponía de un enorme poderío al ser reforzado el ejército mongol con los contingentes aportados por los pueblos sometidos. Al parecer, Gengis Kan no tenía intención de entrar en conflicto con los sultanatos turcos del sur de su imperio (resultado de la disgregación del califato de Bagdad), y en unos primeros momentos procuró mantener buenas relaciones políticas y comerciales con estos vecinos. Pero el ataque a una caravana mongola y el asesinato de sus componentes por parte de los turcos de Kahrezm alteró estos proyectos e inició una etapa de guerras y expediciones, en el transcurso de las cuales fueron arrasadas las ciudades y los campos de Transoxiana, Irán y Afganistán, asesinados en masa sus habitantes y desarticuladas las actividades agrícolas y comerciales. Algunos destacamentos mongoles llegaron hasta el mar Caspio y saquearon el reino cristiano de Georgia y el sur de Rusia. Gengis Kan regresó después a Mongolia y, en 1226, realizó su última campaña contra el reino tangut de Si-Hía que se había sublevado, falleciendo en el transcurso de la misma (1227). Los sucesores de Gengis Kan El inmenso imperio forjado por Gengis Kan se repartió entre los cuatro hijos habidos de su principal esposa, aunque el título de Gran Kan recayó en el tercero de ellos, Ogodei, que, de este modo, ejercía el mando supremo sobre los diversos principados o kanatos. Ogodei Durante el reinado de Ogodei continuaron las conquistas mongolas en China, donde culminó el control del imperio del norte de los Kin con la toma de la capital, Kaifeng. Se iniciaron además los primeros ataques contra el imperio meridional de los Song, se reconquistó Irán, independizado tras la muerte de Gengis Kan, y se consolidó el dominio del sur de Rusia con la creación del kanato de la Horda de Oro. Su capital, Saraï, se convirtió en un gran mercado internacional, donde venecianos y genoveses adquirían productos de Oriente, que eran trasportados por caravanas que recorrían toda Asia. Desde el sur de Rusia, los mongoles sometieron a saqueo y tributo a los principados rusos de Kiev y Moscú, y realizaron repetidas razias sobre Polonia, Silesia, Hungría y Dalmacia, aunque la muerte de Ogodei salvó a Europa del peligro mongol. El reinado de Ogodei es también la época de la organización del imperio, en la que se siguieron los primeros pasos que había dado su padre. Se instaló en una capital fija, Karakorum, y en ella estableció su corte y administración, contando con los servicios de chinos y especialmente de uigures, cuya lengua y escritura fueron las corrientes en los documentos oficiales. El sistema fiscal que garantizaba el mantenimiento de la administración pública fue regularizado sobre la doble base de un impuesto territorial de escala móvil, según la calidad del suelo y el resultado de las cosechas, y un gravamen sobre las transacciones mercantiles. El ejército fue estructurado en unidades decenales (décadas, centenas y regimientos) y dotado con nuevas armas tomadas de los chinos. Un eficaz servicio de postas y correos permitía conectar con gran rapidez los puntos más distantes del imperio. El imperio mongol en su momento de máxima expansión Con Mongka (1251-1259) el imperio mongol alcanzó su apogeo territorial; mientras el propio Kan iniciaba la conquista sistemática del imperio chino de los Song, su hermano Hulagu destruía el califato de Bagdad y controlaba Siria, aunque no pudo continuar hacia Egipto: los mamelucos derrotaron a los mongoles en Ain Yalut y consiguieron recuperar incluso Siria, aprovechando la retirada del grueso del ejército mongol. Kubilai Kan y la fragmentación del imperio El sucesor de Mongka, Kubilai Kan (o Qubilay Kan) se desentendió de los asuntos del Asia Occidental y centró todos sus esfuerzos en culminar la conquista de la China meridional, objetivo que logró entre 1276, año de la toma de Hangz-Hou, y 1279, fecha en que se liquidó la última resistencia de los Song. Kubilai, que había reunificado toda China, trasladó la capital de su imperio a Pekín (Kanbalic o "ciudad del Kan") y se consideró sucesor de las 22 dinastías chinas, inaugurando la que llevaría el nombre de Yuan. Como heredero de los emperadores chinos, reclamó el homenaje de los Estados del Extremo Oriente (Corea, Indochina, Birmania) e intentó invadir infructuosamente en dos ocasiones el Japón. Kubilai Kan El reinado de Kubilai coincide con una época de prosperidad que, en buena parte, se conoce gracias a los relatos del veneciano Marco Polo, que vivió en China entre 1271 y 1291. La actividad mercantil, favorecida por la paz, pudo aprovecharse del gran espacio comercial creado en el imperio mongol, y los contactos con Occidente proliferaron no sólo en las regiones limítrofes, sino también en el corazón del imperio, hasta el que llegaron los mercaderes europeos, sobre todo los italianos. Las relaciones entre la cristiandad occidental y el imperio mongol se habían iniciado años atrás, cuando el papado envió a Juan Pian Carpini, en 1246, y San Luis de Francia al franciscano Guillermo Rubruck, en 1254, con la finalidad de establecer una alianza contra el Islam. Aunque no se logró, sí se consiguió establecer unas relaciones comerciales que se mantendrían largo tiempo. A estas alturas, sin embargo, el imperio mongol daba ya síntomas de descomposición. Los kanatos de Persia y la Horda de Oro gozaban de hecho de una autonomía de actuación, mientras que, en la propia Mongolia, Kubilai tuvo que someter diversas sublevaciones de los descendientes de Gengis Kan. La sinización del Gran Kan y su concentración en los asuntos chinos le llevaron a despreocuparse del resto del imperio. A la muerte de Kubilai se consumó la fragmentación del imperio mongol, y cada entidad resultante tuvo una evolución diferente. El Imperio Yuan se mantuvo hasta 1368, en que una reacción nacionalista china dio el poder a los Ming; el kanato de Persia, conquistado por la cultura irania y totalmente islamizado desde fines del siglo XIII, perduró hasta 1335; la Horda de Oro, debilitada por los ataques tártaros de Tamerlán entre 1385-1395, no pudo mantener el control de los territorios rusos ni hacer frente con éxito a los movimientos nacionalistas, y hacia 1420 se desintegró en varios kanatos menores, alguno de los cuales sobrevivió en Crimea hasta el siglo XVIII, aunque sin ningún protagonismo.

sábado, 15 de junio de 2013

Genghis Khan y el halcón

Cierta mañana, en un remoto lugar de Asia, el guerrero mongol Gengis Khan y su cortejo salieron a cazar. En tanto que sus compañeros portaban flechas y arcos, Gengis Khan portaba su halcón favorito en el brazo, mejor y más preciso que una flecha porque podía ascender a los cielos y ver más allá de lo que el ojo humano alcanza.
Pese al entusiasmo de la partida de caza, no consiguieron presa alguna. Decepcionado, y con el fin de no descargar su ira sobre sus compañeros injustamente, el guerrero mongol se retiró y decidió caminar en soledad.
No obstante, llegado un momento, sintió sed. De pronto, vio un hilo de agua que emergía de entre unas rocas que yacían ante sus ojos, por lo que, acercándose a las mismas, sacó de entre sus vestimentas un pequeño vaso de plata que siempre llevaba consigo y se dispuso a beber. Mas, cuando estaba a punto de llevárselo a los labios, el halcón alzó el vuelo, le arrancó el vaso de las manos y lo tiró lejos.
El guerrero se puso furioso, pero no se enfadó con el halcón, pensando en que quizás tuviera sed al igual que él. Así, agarró nuevamente el vaso, lo limpió y volvió a llenarlo hasta la mitad. No obstante, el halcón volvió a atacarlo y derramó su preciosa carga.

Gengis Khan adoraba a su animal, pero no podía permitir semejante falta respeto en circunstancia alguna, ya que alguien podría estar observándole y cabía la posibilidad de que comunicase a sus guerreros que el gran conquistador era incapaz de domar una simple ave.
En esa ocasión, desenvainó la espada y comenzó a llenar el vaso otra vez, posando un ojo en el vaso y otro en el halcón. Nuevamente, el halcón alzó el vuelo y se dispuso a arrancarle el vaso de sus manos, pero esta vez, cuando estaba cerca, el mongol consiguió atravesarle el pecho de un golpe certero.
De pronto, el agua se secó. Como Gengis Khan tenía mucha sed y estaba dispuesto a beber a cualquier precio, subió a lo alto de la roca en busca de la fuente. Lo que vio, le dejó helado: ante sus ojos, se encontraba una poza de agua donde yacía el cuerpo sin vida de una de las serpientes más venenosas de la región; si hubiese bebido el agua, estaría muerto.

Volvió al campamento, con el cuerpo del halcón entre sus brazos. Entonces, mandó hacer una reproducción en oro del ave y grabó en una de sus alas:
"Incluso cuando un amigo hace algo que no te gusta, sigue siendo tu amigo" 
En la otra, mandó escribir:
"Cualquier acción motivada por la furia es una acción motivada al fracaso"